Desde el pasado lunes hasta el próximo domingo se celebra en todo el planeta la Semana Mundial de Concienciación sobre la resistencia a los antimicrobianos. Una cuestión que está en la agenda de la ONU y de los gobiernos: casi un siglo después de su descubrimiento, los antibióticos están perdiendo eficacia y hay que actuar para minimizar las muertes humanas y de animales que esto puede conllevar. Para entender más qué está ocurriendo, hablamos con la investigadora del Centro de Investigación en Sanidad Animal (CReSA) Virgina Aragón, quien coordina el objetivo estratégico relacionado con la reducción del uso de antimicrobianos en producción animal del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA).
A finales de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una declaración política sobre la resistencia a los antimicrobianos que la semana pasada se concretó en una serie de compromisos fruto de una reunión ministerial de alto nivel celebrada en Arabia Saudí. Parece una cuestión realmente urgente.
Es una urgencia global para las personas, para los animales, y para la salud de los suelos y de las aguas. Imaginemos un ave silvestre que migra de un continente a otro: puede llevar microorganismos resistentes desde una granja al aire libre de un país hasta un hogar de otro país. El objetivo es que todos los países se comprometan y eso se vehicula a través del trabajo conjunto de cuatro instituciones: el Programa para el Medio Ambiente de la ONU (UNEP); la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero no es fácil ponernos de acuerdo. Por ejemplo, hay países en vías de desarrollo a los que les cuesta firmar que se reduzca el uso de antibióticos para prevenir enfermedades en animales, porque no se pueden permitir que se les muera un solo animal. Por ello, estos compromisos globales son muy positivos. De hecho, desde el IRTA estamos involucrados, porque el trabajo global en este tema se articula mediante una plataforma de la que formamos parte. Es decir, se trabaja a un nivel político muy alto, pero a su vez instituciones como la nuestra tenemos acceso a lo que se hace y podemos opinar.
En esa declaración política de la ONU, los líderes mundiales se comprometieron a reducir en un 10% para 2030 los aproximadamente 4,95 millones de muertes humanas anuales asociadas a la resistencia bacteriana a los antimicrobianos, de las cuales 1,2 millones se pueden atribuir directamente a esa resistencia. Eso es mucha gente…
Estamos muy centrados en las resistencias que las bacterias generan a los antibióticos porque, en el caso de los virus, se ha trabajado más en vacunas y menos en antivíricos, los cuales se usan solo en humanos. Es decir, todos los microorganismos pueden generar de forma natural resistencias, ya sean bacterias, virus, hongos o parásitos. Pero las enfermedades bacterianas tienen un gran impacto en la salud humana y animal, y los antibióticos se utilizan a todos los niveles. Antes de descubrir los antibióticos, la gente se moría de enfermedades bacterianas, y ahora no estamos acostumbrados a eso. Creíamos que, con los antibióticos, estábamos a salvo, y ahora se nos acaban muchos de los que teníamos disponibles. De ahí surge la emergencia. Puedes tener una operación quirúrgica y no morir por la operación, sino porque coges una infección y no te pueden tratar al no haber un antibiótico eficaz.
Virginia Aragón en un laboratorio del CReSA
“Las resistencias antimicrobianas son una urgencia global para las personas, para los animales, y para la salud de los suelos y de las aguas”
¿Y por qué no hay más antibióticos?
Las empresas desarrollan durante mucho tiempo un antibiótico y, al poco tiempo de sacarlo al mercado, se generan resistencias. Esto ha frenado su desarrollo.
No les sale a cuenta.
Hoy en día, el reto es desarrollar moléculas frente a las que sea difícil que las bacterias generen resistencias. Una opción es que esas moléculas tengan dianas múltiples, es decir, que ataquen a las bacterias de varias formas, para que estas tengan que hacer más de un cambio para generar resistencia.
Hay que ponerse ya a ello, ¿verdad?
Los antibióticos eran eficaces, baratos y, por lo tanto, se utilizaban un poco alegremente, sin la consciencia de que se pudieran generar resistencias. Pero es una cuestión compleja. Por ejemplo, no es fácil convencer a un veterinario que siempre ha usado antibióticos para tratar a los animales después de operarlos de que deje de hacerlo. Sin antibiótico, siente que está tomando un riesgo, y en cambio el antibiótico le da la tranquilidad de que no habrá infección. Los veterinarios, y también los médicos, han funcionado durante mucho tiempo con esa mentalidad de prevención, de por si acaso.
Incluso tomábamos antibióticos para enfermedades víricas…
A día de hoy, creo que ya está claro que los antibióticos curan solamente enfermedades causadas por bacterias. Pero, como comentaba, es más difícil dejar de utilizarlos para prevenir esas enfermedades. Incluso, en algunas granjas, los antibióticos se usaban en dosis bajas para que los animales engordaran más, algo que desde 2006 está prohibido en Europa. En España, en los últimos años ha habido un cambio radical.
¿En qué sentido?
En el 2014 se hizo el Plan Nacional frente la Resistencia a los Antibióticos (PRAN), donde colaboran muchos ministerios. Desde entonces se ha reducido el consumo de antibióticos en un 13,5% en salud humana y en casi un 70% en sanidad animal. Cuando explicas el problema, y haces partícipes a todos, es más fácil que todo el mundo colabore. Un ejemplo: había un antibiótico, la colistina, que se usaba en granjas de cerdos para prevenir las diarreas. Hubo un momento en el que, pese a ciertos efectos secundarios, se vio que este antibiótico era el único que funcionaba en humanos para controlar determinadas bacterias. Se decidió sacarlo del ámbito veterinario para tenerlo a disposición para personas en situación de gravedad. Y, en un par de años, se abandonó voluntariamente la colistina en veterinaria. Queda trabajo por hacer, pero vamos por el buen camino.
“El reto es desarrollar moléculas frente a las que sea difícil que las bacterias generen resistencias”
Cuando se habla de las resistencias a los antimicrobianos, las grandes instituciones internacionales hacen hincapié en el concepto de One Health, es decir, en la interrelación entre la salud humana, la animal, la de las plantas y la del medio ambiente. ¿De qué manera se interrelacionan?
Cuando se usan antibióticos en animales de granja, tiene que pasar un período, que se llama de retirada o de supresión, para que desaparezcan del animal. Después, ese animal puede ir al matadero para transformarse en un producto alimentario. Así pues, a nivel alimentario es muy difícil que se transmitan residuos antibióticos. Pero, si los animales tienen bacterias resistentes, las personas que los están cuidando pueden adquirir esas bacterias y diseminarlas. Además, en el medio ambiente pueden llegar residuos de antibióticos, porque se eliminan por la orina. Y no solo en granjas. También en las aguas residuales de los hospitales. Estos residuos, si no son bien tratados, y a día de hoy las depuradoras no están pensadas precisamente para esto, pueden llegar al mar o a la tierra. Si llegan a la tierra, en un lugar donde se cultiva, los antibióticos pueden matar bacterias no resistentes y hacer que crezcan más las resistentes, que pueden contaminar las plantas. Y de ellas llegar a los humanos. ¡Y no olvidemos las mascotas! Recuerdo un caso de una persona que se infectaba a menudo por una bacteria, se curaba y se volvía a infectar. El problema se acabó cuando lo trataron a él, a toda su familia… y a su perro.
Eschericia Coli es una bacteria muy común que ha generado bastantes resistencias.
Entonces, ¿cuáles son las claves para contener o minimizar las resistencias a los antimicrobianos?
Primero, utilizarlos solo cuando se deben utilizar. Hoy es casi imposible ir a una farmacia y que te vendan antibióticos sin receta, pero los médicos y veterinarios tienen que pensar muy bien al hacer esas recetas. Segundo, yo creo que podemos ser más listos que las bacterias y, como comentaba antes, fabricar moléculas que ataquen a dos sitios de estos microorganismos, o combinar moléculas, para hacer mucho más difícil que se generen resistencias. Si lo conseguimos, habrá que utilizarlas correctamente. Esto es muy fácil de decir, pero cuando eres médico o veterinario y tienes delante un problema que no puede esperar a un diagnóstico que va a tardar una semana, necesitas actuar. Por este motivo, otra clave son los diagnósticos rápidos. Como los test que se crearon para la COVID-19.
Las y los representantes políticos reunidos el pasado fin de semana en Arabia Saudí lamentan la falta global de recursos para investigar nuevas vacunas, diagnósticos y terapias alternativas a los antimicrobianos para animales.
Yo diría que las personas ahí reunidas son las responsables de que pase esto y tienen la capacidad de revertirlo.
¿Faltan fondos privados?
Siempre pueden ayudar, pero la principal fuente de financiación para la investigación son los gobiernos. Y hay que dar un nuevo impulso a las vacunas para bacterias, porque durante mucho tiempo ha sido más fácil y barato usar antibióticos. De hecho, en producción animal, las empresas están muy interesadas en estas vacunas. Y cuanto más dinero haya, mejor. Lo comprobamos con la COVID-19: quienes tuvieron dinero, desarrollaron la vacuna. En España había grupos con posibilidad de sacar vacunas, pero había menos dinero. El dinero ayuda a ir más rápido y a mantener el personal. Y esto también es muy importante. Necesitamos científicos jóvenes, que puedan aportar ideas nuevas. Muchos dejan la ciencia porque quieren una estabilidad. Más, en el caso de mujeres, por la maternidad.
Las resistencias antimicrobianas tienen un impacto económico muy grande por los costes que suponen para el sistema sanitario. Según un informe de, entre otros, la Organización Mundial para la Salud Animal (OMSA) y el Banco Mundial, publicado en septiembre y centrado en el uso de antibióticos, realmente nos saldrá muy a cuenta invertir en nuevos antibióticos y en tratamientos adecuados…
Una manera sería que los gobiernos hicieran lo que hicieron con la COVID-19: garantizar a las empresas o grupos de investigación que les comprarán las moléculas antimicrobianas que desarrollen. Tiene que haber una política más global para el desarrollo de nuevos antibióticos.
“Hay que dar un nuevo impulso a las vacunas para bacterias, porque durante mucho tiempo ha sido más fácil y barato usar antibióticos”
Para el IRTA, esta también es una cuestión clave. En concreto, uno de los objetivos científicos del nuevo Plan estratégico 2024-2027 es garantizar la salud y el bienestar de los animales en el escenario de reducción de antibióticos. Eres la coordinadora de ese objetivo.
Tenemos varios centros y distintos programas y pretendemos coordinar esfuerzos y crear sinergias. Quizás lo que se está haciendo en genética para mejorar la resistencia de los animales a las enfermedades se pueda combinar con el trabajo en sanidad animal, o en nutrición, donde se investiga cómo alimentarlos para mejorar su sistema inmune. Cada año nos reunimos todos lo que trabajamos en estos ámbitos. Saber lo que hacen los demás te abre la mirada.
¿Cuál es vuestro principal reto?
Mejorar la salud de los animales para que no se pongan enfermos y puedan luchar de forma natural contra las enfermedades.
Llevas más de veinte años trabajando en el CReSA, que forma parte del IRTA. ¿Nos puedes resumir un poco tu recorrido en la institución?
Cuando llegué al CReSA, venía de trabajar casi siete años en bacteriología de enfermedades humanas en tres centros de Estados Unidos. Me vine con tres hijos y me puse a buscar, sin pensar en el sector de la sanidad animal, pero aquí me dieron la oportunidad de entrar como investigadora posdoctoral. Decidí que sí. Primero, investigamos las características de una bacteria patógena concreta, y, poco a poco, ampliamos el foco hacia la microbiota de la nariz de los cerdos y su interacción con las bacterias patógenas, para controlar mejor las enfermedades respiratorias. Empecé con un proyecto y acompañada de un estudiante, y ahora somos un grupo de más de diez personas y aunamos esfuerzos desde varios ámbitos. Antes me pasaba el día en el laboratorio y ahora no tengo tiempo, porque me dedico, sobre todo, a la coordinación… ¡Y al papeleo!
Como comentabas, te has focalizado mucho en las enfermedades bacterianas respiratorias de los cerdos. ¿Cómo es de importante este conocimiento para un sector que es potentísimo en Catalunya y en España? O, dicho de otra manera, ¿cómo lo transferís y qué repercusiones tiene?
Tenemos la suerte de estar muy en contacto con el sector ganadero y veterinario y con las empresas. Les presentamos resultados y los discutimos juntos. También, nos explican sus necesidades y nos planteamos cómo orientar la investigación. Y hacemos estudios conjuntamente.
¿Algún proyecto del que te sientas especialmente satisfecha?
Como explicaba antes, en la nariz de los lechones hay bacterias, tanto buenas como malas, que compiten entre sí. Recientemente, a través de estudios de esa microbiota nasal, hemos determinado un conjunto de bacterias de la nariz que se pueden inocular a los lechones para prevenir enfermedades respiratorias. La idea es seleccionar en el laboratorio unas cepas que hemos comprobado que son buenas, beneficiosas, e inocularlas a los lechones para que eviten que las bacterias malas, patógenas, puedan colonizar su nariz. En un futuro, sería muy interesante hacer un probiótico a la carta para cada granja en función de la composición de la microbiota nasal de sus lechones.
Para terminar. ¿Qué mensaje o recomendación darías a la ciudadanía que te lea respecto a las resistencias antimicrobianas?
No tomes antimicrobianos si no tienes que tomarlos. Esperemos que, en un tiempo, te den las dosis justas para los días que tienes que tomarlos, y que no te sobren. Mientras eso no pase, devuélvelos a la farmacia y recíclalos en los lugares destinados a ello para no generar residuos
Fuente: del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA).