En tiempos en que la transición energética aparece asociada a una continuidad del actual modelo extractivo, el biogás permite pensar un modelo a escala de energía sustentable y biofertilizantes para emprendimientos agroecológicos. El funcionamiento de los biodigestores, experiencias exitosas y la falta de políticas de Estado para fomentarlo en la agricultura familiar.
Foto: INTA
La gestión de los residuos sigue siendo un problema a resolver en todo el mundo. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) la bioenergía podría aportar hasta el 26 por ciento de la energía primaria en 2050 si se aprovecha el valor energético de la biomasa, término utilizado para hablar de los restos de materia orgánica natural o resultantes de actividades productivas humanas, como puede ser la cría de animales. Pensar qué hacemos con la basura que generamos se convierte entonces en una de las puertas de entrada a la discusión sobre la transición energética, un eslabón fundamental de la lucha contra la crisis climática. ¿Qué alternativas se pueden pensar desde el campo? ¿Qué es el biogás y los biodigestores?
El modelo de producción agroecológica propone un sistema integral de trabajo en el territorio. En esa mirada integral, no hay descartes ni malezas, todo es parte del mismo círculo virtuoso de aprovechamiento de recursos. “La biodigestión aplicada en una chacra familiar que hace agroecología incorpora este procedimiento como parte del reciclado de nutrientes”, destaca Gabriel Arisnabarreta, ingeniero agrónomo, productor agroecológico, docente e integrante de la asamblea vecinal Ecos de Saladillo.
El biogás aparece como una alternativa sustentable para poner en marcha y satisfacer la demanda de gas para cocción y calefacción, nutrir los suelos con biofertilizante y avanzar en materia de gestión de residuos en campos de pequeña y mediana escala, lo que impactaría positivamente en el ambiente y también en la salud pública.
“Muchas veces se pone el foco en las energías renovables y se incurre en sistemas poco sustentables porque la mira está puesta en lo económico. La clave es trabajar con un modelo más versátil que le otorgue mayores oportunidades a más personas”, asegura Mariano Butti, ingeniero Ambiental del INTA Pergamino y magister en energías renovables, y apunta que en la Argentina aún “no hay centro de investigación, no hay recursos, no hay datos de ningún ente público sobre biodigestores apropiados para la agricultura familiar”.
Los biodigestores como herramienta
El biogás o gas biológico se consigue a partir de un procedimiento conocido como biodigestión, un proceso de descomposición de materia orgánica equivalente al compostaje, con la diferencia de que no precisa entrar en contacto con el oxígeno. Se utiliza hace varios años en producciones agropecuarias para el tratamiento del estiércol, capitalizando el gas metano y convirtiéndolo en energía limpia y sostenible.
Es un proceso natural conocido como digestión anaeróbica que está presente en la naturaleza, como por ejemplo, la que produce el gas de los pantanos. “Son bacterias que están hace millones de años en la tierra porque sobreviven en ausencia de oxígeno. Lo que uno hace es recrear esas condiciones en un biodigestor para convertirlo en gas y biofertilizante”, explica Butti.
El biogás es conocido como una alternativa sustentable al gas natural de origen fósil, debido a su composición de origen biológico. El metano y el dióxido de carbono presentes en los desperdicios orgánicos se unen en un ambiente húmedo con gran poder de oxidación. Tan sólo unos ajustes permiten utilizarlo para calefaccionar los ambientes, cocinar alimentos o convertirlo en energía eléctrica.
Según explica Butti, “una molécula de metano es 23 veces más nociva para el efecto invernadero”. Si se captura el gas metano en el biodigestor y se lo combustiona, sea para energía térmica como energía eléctrica, “reduce la contaminación y mejora la salubridad en general del ecosistema”.
Se considera al biogás como energía limpia porque si no tuviera tratamiento, además de liberarse gas metano, se desechan los residuos a los cursos de agua. “Se satura la capacidad que tiene el sistema de poder depurarse, como pasa en el Riachuelo”, agrega Butti. Esto repercute en falta de oxígeno, lo que mata a los peces y algas y posibilita la emisión de gases perjudiciales para el ambiente.
Por ejemplo, la bosta de los animales libera gases que son nocivos para el ambiente —en particular el gas metano— por ello la importancia de tratarlos correctamente. Los desechos de un tambo de ordeño pueden ser revalorizados gracias a esta tecnología.
“Separado no es basura”, es una frase recurrente cuando se habla de gestión de residuos. Y en materia de biogás, también aplica. De esa transformación de residuos orgánicos en energía, también se consigue un material conocido como enmienda orgánica, un biofertilizante de alto valor nutritivo disponible para los cultivos y los suelos.
Foto: Inta Informa
Una mirada integral y local para no caer en falsas soluciones
Según el informe Bionergía y desarrollo sostenible: un relación difícil, del Centro de Tecnologías Ambientales y Energía de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) para la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), la bioenergía representa a nivel mundial “la principal fuente de energía potencialmente renovable, con un aporte cercano al 12% del suministro de energía primaria, lo que representa el 70% de la contribución desde fuentes renovables”.
Sin embargo, el informe discrimina los tipos de aporte de “bioenergía” y precisa que más de la mitad de esa contribución de “potencialmente renovable” proviene del uso tradicional de la biomasa para cocción de alimentos y calefacción, o sea la combustión de biomasa sólida, como maderas o sus restos. La otra porción del aporte de bionergía no proviene sólo de procesos de biodigestión para producción de biogás sino de diferentes grados de procesamiento de la materia prima, que incluyen tipos de bioenergía moderna como biogás, bioetanol, biodiésel, biometano.
Por eso, no se trata solamente de un cambio de vocabulario, de teñir de verde las actividades de siempre, sino más bien del desafío que implica la evaluación, diagnóstico y planificación a la hora de pensar en energías amigables con el medioambiente. “El biogás es una energía limpia, siempre y cuando se emplee el yacimiento de residuos existente”, advierte Pamela Natan, Ingeniera en Recursos Naturales y Medio ambiente.
Es que con la idea de avanzar en “energías verdes”, se ha caído en prácticas tan polémicas como peligrosas como la deforestación para el cultivo intensivo de granos para el biodiesel elaborado a partir de soja o las centrales termoeléctricas de biomasa, que amenazan los bosques nativos en el Chaco.
“Muchas veces se pone el foco en las energías renovables y se incurre en sistemas poco sustentables porque la mira está puesta en lo económico. La clave es trabajar con un modelo más versátil que le otorgue mayores oportunidades a más personas”, asegura Butti.
Existe la necesidad de abordar la problemática energética desde una mirada transversal que no sólo contemple las necesidades económicas sino también sociales y ambientales. Natan explica que “ninguna tecnología es independiente del contexto en el que se la implementa”. Esto implica, no creer que aquello que se muestra como solución a un problema puntual, puede dar respuesta a cualquier otra problemática en cualquier parte.
“Si hablamos de biodigestores hogareños en la Puna donde podría representar una fuente de energía segura y constante para iluminación, cocción y calefacción, es una buena idea. Pensar en biodigestores urbanos hogareños me parece inconsistente por la complejidad del proceso”, agrega.
Un modelo de energía para cada productor
El ingeniero ambiental del INTA apunta que en nuestro país alrededor del 90 por ciento de los productores agropecuarios son de pequeña y mediana escala, por lo que los residuos de esas producciones están distribuidas en todo el territorio del país y no tiene sentido centralizarlo. Por el contrario, el especialista plantea que un modelo de desarrollo eficiente debe ser distribuido, aprovechando las bondades geográficas de nuestro territorio.
“No se puede trasladar un sistema de otro país a la Argentina porque los productores no trabajan de la misma forma, los residuos no están concentrados. Lo que tenemos que hacer son sistemas distribuidos, en muchos casos cooperativos, pero con un programa de desarrollo”, asegura Butti.
Según la Asociación Europea de Biogas, Alemania es pionera en la producción en aquel continente con más de 230 plantas en todo el país. De hecho, cuenta con la planta más grande del mundo, que inyecta biometano a la red domiciliaria mediante el funcionamiento conjunto de 16 biodigestores con una capacidad de producción de 4.000 m3 /hora. ¿El secreto? el maíz cultivado especialmente para ir directo a los tambores junto con el estiércol y otros residuos orgánicos.
La propuesta del especialista tiene que ver con una política pública enfocada en lo socioambiental con una lectura que parta del territorio, para adecuarse justamente a las necesidades de la comunidad. “Hay muchísimo para hacer, teniendo en cuenta la pérdida de fertilidad y materia orgánica de los suelos por el monocultivo y los costos cada vez más altos”, señala el ingeniero del INTA, destacando el doble beneficio que ofrecen los biodigestores: energía y biofertilizantes.
En este sentido, Natan insiste en que “no debe plantearse la biodigestión para la gestión de residuos sólidos urbanos municipales”, ya que eso sería “copiar un modelo enlatado europeo, destinado a un fracaso rotundo”. En su lugar, propone pensar salidas o respuestas a partir de la evaluación de los diferentes escenarios, ya que según su experiencia “hay municipios que no tienen consolidado un plan básico de gestión de residuos, no saben ni qué es el compostaje”.
Entonces, ¿cómo se avanza en la transición energética y el cuidado ambiental si faltan políticas e información desde el Estado? Entre líneas, hay una idea constante en el testimonio de los especialistas y productores agroecológicos: necesitamos cambiar de paradigma. “Con el sistema de desarrollo actual no se puede seguir porque es altamente intensivo en el uso de insumos, altamente degradante del suelo”, asegura con firmeza Butti.
El especialista echó luz sobre la falta de información sobre lo que ocurre campo adentro, ya sea en pequeñas chacras o grandes emprendimientos. Sin datos, no hay política pública eficiente. “No hay centro de investigación, no hay recursos, no hay datos de ningún ente público sobre biodigestores apropiados para la agricultura familiar, entonces si no hay programa de desarrollo, no hay políticas públicas, no hay incentivos. Si no tenés estas cosas, son esfuerzos individuales e individualmente, no salimos”, sostiene Butti.
Foto: Inta Informa
Naturaleza viva, gas y biofertilizantes
Remo Vénica e Irmina Kleiner son productores agroecológicos en Guadalupe Norte, al norte de la provincia de Santa Fe. Hace ya varias décadas, dieron vida a Naturaleza Viva, una chacra de 200 hectáreas en la que trabajan 15 familias. Se dedican a trabajar la tierra y tienen también un tambo, cuyos productos llegan a varios puntos del país gracias a sus lácteos de calidad. En ese campo modelo para los productores agroecológicos, ya tienen su biodigestor en marcha.
Para Vénica, el biodigestor vino a complementar el trabajo que venían haciendo y resolvió la gestión de los desechos del tambo. Ordeñan dos veces al día, por lo que se junta estiércol en grandes cantidades y de manera constante. “Es simple, hay que tener ciertos cuidados porque estamos tratando con seres vivos, con bacterias”, explica.
Sobre las bondades de ese proceso que les permite convertir los desechos orgánicos en gas para las tareas cotidianas, Vénica destaca que “no ocasiona ningún gasto, forma parte de la economía, para no gastar gas de garrafa que es de un costo alto y es una excelente forma de reciclar elementos que son complicados de tratar”, algo que sí ocurriría si no tuvieran el digestor. “El proceso es muy simple, porque se hace con agua, con la misma que se recicla del digestor para evitar usar agua limpia”, describe Vénica, que asegura además que se trata de un “circuito completo de no contaminación”.
“Con el biodigestor tenemos gas en abundancia y biofertilizante, que es un excelente elemento para el campo o para el compost”, sintetiza. Respecto al uso, Irminia comenta que requiere un manejo y atención permanente, pero “es un sistema que simplifica la manipulación de los residuos y además proporciona energía de forma gratuita”.
Los biodigestores como parte de un sistema vivo
Para Gabriel Arisnabarreta, productor agroecológico e integrante de la asamblea vecinal Ecos de Saladillo, y sus compañeros, la clave es pensar en el sistema en su conjunto. “Si hablamos de una producción agropecuaria donde se hará biodigestión no nos podemos olvidar de qué manera estamos trabajando en ese espacio, cuál es el objetivo, quiénes se benefician, quiénes se perjudican, si se generan puestos de trabajo, si estamos produciendo un alimento sano, eso es lo primero que tenemos que mirar”, asegura Arisnabarreta.
La diferencia entre que el biodigestor esté en un corral de engorde de feedlot o en una mega-granja porcina y que esté en un emprendimiento de agricultura familiar tiene sus diferencias: “La biodigestión aplicada en una chacra familiar que hace agroecología, que fomenta el desarrollo local, que tiene como objetivo producir un alimento sano, incorpora este procedimiento como parte del reciclado de nutrientes”, explica el productor.
En cambio, según Arisnabarreta, en emprendimientos a gran escala, la herramienta se transforma es un maquillaje verde para un modelo de producción que desconoce la capacidad que existe en territorio. “Decir que ese feedlot es sustentable o trabaja contra el cambio climático, es un maquillaje verde que para nosotros no es real”, asegura el ingeniero agrónomo y agrega que “la agricultura debería ir hacia un modelo agroecológico donde la bosta es parte del sistema, vuelve a la tierra, aporta nutrientes y ayuda a que tengamos un suelo vivo”.
Los productores de Ecos de Saladillo consideran que es un recurso muy valioso para chacras familiares en donde se puede dar tratamiento económico a la bosta de los tambos y transformarlo en energía. Y dan cuenta de que en “producciones agroecológicas donde casi no se compran insumos externos, con la ayuda del Estado, sería absolutamente bueno, porque al tiempo que se promueve su uso, se fomenta la producción familiar de alimentos de calidad”.
Por Jésica Bustos / América Viva