Cerca de cumplir 40 en una actividad que lo apasiona y por la que se muestra más agradecido que quejoso y más entusiasmado que desesperanzado, el especialista en genética porcina se prepara para el remate del 5 de noviembre de la cabaña La Roseta en la Rural de Junín (el segundo remate anual luego del que organiza en marzo).
Saúl Pedersoli produce cerdos en 3 hectáreas en Morse, donde nació y se inició en la actividad que hacía su padre, aunque tomó el camino de dedicarse a la genética porcina con “las 6 razas de los registros”: la fajada Hampshire, la colorada Duroc Jersey, las overas Spotted Polland (oreja recta) y Pietrain (oreja caída) y las blancas Yorshire (oreja parada) y Landrace (caída). “Esas son las líneas puras con las que se hacen híbridos para hacer buenos capones, como la F1, la híbrida blanca que se usa en los criaderos confinados”.
“Ya tengo clientes de tres generaciones. Al remate viene gente de Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, La Pampa o Entre Ríos”, destaca. La cría la hace en piquetes, con algunas parideras de material y otras móviles. “Soy empleado, encargado y patrón”, define. El dueño de La Roseta vio desde adentro los cambios que hubo en la producción y ponderó la selección genética que se realizó en el país y que logró una carne magra que ya no genera dudas en los consumidores.
“Antes el cerdo era para hacer el lechón a fin de año; pero en los últimos tiempos el consumo aumentó a pasos agigantados y hoy un ama de casa conoce todos los cortes porcinos. Hasta los médicos recomiendan el consumo de carne de cerdo”, resalta. “Sin dudas la genética hizo un gran manejo. Hoy no existen animales muy faltos de calidad, todo el mundo cría bien. El criador tiene eso en la cabeza: hacer las cosas bien”.
Al cabañero también lo afecta la actualidad. “Hoy los precios del cerdo están subiendo en pesos, pero la preparación del animal está dolarizada”, apunta. “Otro inconveniente es que la carne de cerdo aumentó y nos acercamos al precio de la de vaca, que está estancado. Y a valores similares, la gente prefiere los cortes vacunos”. Igualmente, consideró que el del porcino es un negocio “rápido”, una ventaja en un país en el cual “no se puede pensar a largo plazo. El capón se produce en 5 o 6 meses, cuando llegas a los 105-107 kilos. Y un lechón en 40 días”.
Pedersoli fue presidente de la Asociación Argentina de Reproductores de Pedigrí, entidad que dejó de funcionar por una suma de problemas con la IGJ (Inspección General de Justicia), por lo que está enfrascado ahora en rescatarla para reforzar la genética porcina nacional, actualmente en manos de alrededor de 30 cabañeros de los 150 que supo haber.
“Es necesario volver a importar para abrir la sangre. La última importación de líneas puras las hicimos hace 10 años desde Brasil. Antes traíamos genética de Estados Unidos pero es difícil cumplir con todos los requisitos que pide el Senasa”, señala aunque se apura en aclarar que lo de las exigencias sanitarias no es una queja. “En tema cerdos, Argentina está muy bien posicionada a nivel planeta. El Senasa trabaja muy bien”. Y respecto de la situación con la importación desde Estados Unidos aclaró que “hay estados que permiten lo que Senasa pide; pero igual es difícil traer”.
“Cabañeros quedamos menos; ahora existen muchos que hacen núcleos genéticos con cruzamientos porque producen animales solo para criar en confinamiento. Mis animales pueden cambiar de lugar y van a estar bien en el galpón y en el campo”. En este orden destacó también el valor de la Sociedad Rural Argentina con sus registros de genética.
“Ellos mantienen el pedigrí puro, no les dan cabida a los grupos genéticos”. Por todo eso, Pedersoli espera juntar al menos a la mitad de los cabañeros de pedigrí que siguen activos y reflotar a la Asociación. “Estando asociados se consiguen muchas más cosas”, concluye.
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