Hugo Díaz produce cerdos. Pero forma parte de una asociación más amplia, que nuclea a casi todas las producciones de la zona este de Tucumán, cerca de Leales, casi al límite con Santiago del Estero. A parte de porcinocultores, hay productores de grano, de caña y de ganado bovino. “Somos 48 productores, de los cuales 23 somos productores porcinos”, cuenta Díaz, y detalla: “Cada productor tiene entre 5 y 10 animales”. Cuando la escala de producción es tan baja asociarse es garantía de calidad y continuidad, dos de las principales exigencias del mercado.
Cuando la asociación se formó, hace cuatro años, los planes cerraban a la perfección. Algunos producirían los granos, otros harían el alimento, que luego otros convertirían en la carne, que finalmente iría a un frigorífico para su posterior comercialización. “El compromiso –cuenta Díaz- era producir con buena genética, con ayuda que vino de la Secretaría de Ganadería de la Provincia”. Los compromisos estaban asumidos y se largó la producción.
El eslabón perdido
El proyecto había sido anunciado y estaba en marcha. Una nota periodística publicada en marzo de 2010 en La Gaceta reza lo siguiente: “El Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación envió a la provincia $ 2,37 millones que se destinarán a la realización de distintas obras de infraestructura y a la compra de insumos para la producción de carne de cerdo”, y explica: “Entre las obras que se realizarán, se prevé la finalización de un frigorífico en la zona de El Cortaderal, en la localidad de Leales. La planta será clase A, es decir que contará con la aprobación del Senasa para exportar carnes a otras provincias y demandará la inversión de $ 400.000”.
Díaz cuenta que “Se llegaron a armar 120 madres. Hicimos el engorde en una pista comunitaria de la asociación en la que pagábamos el alimento y el salario del cuidador. La idea era entregar el 60% de la producción de cada madre al frigorífico. Pero cuando ya teníamos la mercadería el frigorífico no estaba” relata con cierto pesar el productor. “Pasaron a la pista de engorde, terminamos los capones y el frigorífico todavía no estaba. Los animales se nos fueron a 150-170 kilos y nos vimos en la obligación de salir a liquidarlos. Nos pagaron menos de la mitad del precio. Con esa experiencia comenzamos. No pudimos ni pagar el alimento para el engorde”.
Producto de ese error, el 30% de los porcicultores asociados dejaron la actividad. Los que, como Hugo, decidieron seguir a pesar de las pérdidas, ahora se dedican a producir lechones “porque no nos cierran los números para hacer capones”, explica el productor. Sin embargo, con aires renovados y nuevas promesas, volverán a intentarlo. “Estamos encarando de nuevo porque creemos que hay buenas perspectivas –dice Díaz, esperanzado- pero al frigorífico, todavía lo estamos esperando”.