Las nuevas tecnologías acercan a la gente y la producción porcina no es la excepción. En los últimos meses, se han formado decenas de grupos de WhatsApp integrados por productores, profesionales y comerciales del sector porcino de todo el país, que encuentran en esa aplicación para smartphones un espacio donde intercambiar información, consultar inquietudes que surgen “tranqueras adentro”, e incluso compartir el desánimo y desahogarse por las desventuras de una actividad que, por momentos, tiene más de pasión que de negocio.
Las consultas son de las más variadas. Los que más saben no dudan en compartir su experiencia. Los que menos saben no dudan en preguntar. Incluso hay un código. Se pone el emojis con forma de hocico de cerdo antes de la pregunta, para que la consulta no se pierda en el ruido silencioso de tanto texto. En el calor de los intercambios algunas consultas pueden pasar inadvertidas. El administrador del grupo -cariñosamente llamado “El Jefe”- suele verse obligado con frecuencia a ordenar los diálogos: “Vean que Juan hizo una consulta sobre el plan sanitario, ¿Alguien que sepa y le conteste?”.
Las consultas virtuales salvan cualquier distancia. Pregunta un rionegrino y contesta un santafecino. Un cordobés también opina y un jujeño se une a la conversación. El mendocino manda una foto de su granja con la Cordillera nevada en el fondo y un bonaerense le alaba el paisaje. Se mandan fotos y videos para graficar las preguntas: “Tengo un padrillo que no se puede parar desde ayer. ¿Qué puede ser? Ya les mando el video”, “Me apareció esta cachorra con esos puntos en todo el cuerpo, ¿Alguna vez les pasó?”.
En los grupos hay veterinarios, ingenieros y técnicos siempre bien dispuestos a ayudar a los productores, a cualquier hora todos los días. Hay productores. Muchos productores. De los grandes y de los chicos. De los que llevan años en la actividad. De los que recién se inician y están aprendiendo sobre partos de madrugada, enfermedades raras y negocios complicados. También comparten los logros. La foto de la camada completa después de un parto complicado es una postal que recibe aplausos y felicitaciones desde todos los rincones.
Comparten preocupaciones por el mercado, los precios y las perspectivas del sector. Se informan y se dan aliento cuando las cosas se ponen difíciles: “Me dijeron que a mediados de agosto sube el capón”, “Yo no creo que el maíz suba más de lo que ya subió”. Se informan sobre los procesos y trámites para conseguir habilitaciones. Algunos arriesgan opiniones sobre las importaciones, las exportaciones, qué hacer con el mercado interno, cómo fomentar el consumo. Se alientan a juntarse para comprar, a asociarse para vender, a invertir para lograr escala o para integrarse a la cadena.
Los grupos de WhatsApp son una fuente inagotable de experiencias. Son también un lugar de encuentro. Un espacio para el diálogo y, sobre todo, un lugar donde muchas personas diferentes, de puntos muy distantes de esta extensa Patria pueden hablar sin interrupciones en un mismo idioma.
Los más inquietos, los que pueden, viajan con frecuencia a hacer cursos, asisten a jornadas y congresos sobre producción porcina. Se organizan para encontrarse allí y charlar cara a cara. Hasta coordinan para compartir el camino los que viven en zonas cercanas: “¿Quién va a la jornada de Villa María? Yo salgo de Pergamino el martes a la tarde y tengo dos lugares”. Cuando finalmente se encuentran, selfie y al grupo. Los demás, desde la lejanía celebran el encuentro.
Los grupos de WhatsApp son una herramienta poderosa para estar en contacto e intercambiar opiniones y saberes con personas lejanas en forma instantánea. Algo que no hubiésemos creído posible hace apenas diez años. Aunque quizá, no sea más que un espacio que acerca a los que están lejos, un lugar donde despuntar el vicio, una válvula de escape para las presiones y un regocijo para las pasiones. Sólo eso. Todo eso.